En palabras de Carlos
Monsiváis, Francisco Toledo “ve en lo mítico a la síntesis casi notarial
de lo humano, con el mismo impulso con que ve en lo humano a la
revaloración o la degradación cotidiana de lo mítico”.
La mitología de Toledo está estrechamente
relacionada al reino animal (fantástico y real), al sexo, a la textura y
a una diversidad y amplitud de elementos que, para no reducir, es mejor
no enunciar a secas. Conejos, gatos, tortugas, máscaras, senos, penes,
aves, posturas humanas que transmutan en figuras exóticas lo mismo desde
una silla que desde un columpio (“Muchacha con las trenzas al aire”,
1975), elefantes de madera, erotismo insinuado y pronunciado: el sumario
verbal es imposible porque en su plástica todos los géneros
(masculino/femenino, vegetal/animal, humano/no-humano) se rompen, se
mezclan, se disfrazan e intercambian el disfraz. Todo, al desnudarse, se
reviste. Todo, al vestirse, desea volver a desnudarse.
“El perro de Olga”. Óleo sobre lienzo. 57 X 77 cm, 1976.
A través del camuflaje, la naturaleza disimula a las especies de sus depredadoras. Lo contrario es el aposematismo; así las avispas se imponen visualmente y asustan. Estas técnicas, propias de la evolución, nos recuerdan que la naturaleza también es la pintura en que todos participamos. De acuerdo a nuestras dimensiones y posibilidades serán nuestros colores en concordancia con los colores del entorno.En el camuflaje y aposematismo de Toledo, lo que sobrevive no es una especie sobre la otra sino la dimensión mítica que nunca acaba de darse por vencida. Sus cuerpos sacan la lengua, juntan las manos, cierran los ojos, estiran los dedos, se miran, babean y nadie domestica a nadie porque los paraísos e infiernos del mito no tienen frontera ni dueño.
“La historia de Helena”. Grabado a punta seca. 20 x 25 cm, 1979.
Redacción Párpado