1.2.15

Entre héroes de ficción y sueños republicanos

Hay batallas que exigen toda la energía y audacia de individuos concretos en el momento justo. Nacido en Barcelona, Juan Pujol García, que se hizo pasar por espía nazi cuando, en realidad, trabajaba para el Gobierno de Inglaterra, no sólo emplea la suya en la batalla contra el avance del ejército de un genocida sino también la de personajes ficticios que inventa y encarna a detalle en una trama de supuestos informantes con diferentes nombres y biografías, que fabrica y representa, como si fuera un poeta al estilo Fernando Pessoa o un actor a lo Marlon Brando o Greta Garbo (Garbo, de hecho, es el pseudónimo con que llama a Pujol el MI5 del Gobierno británico), y que creían veraz los funcionarios y militares del nazismo.
 La imaginación y tenacidad maravillosas de un hombre convertido en espía múltiple que arriesga su vida embaucando nazis, porque en el fondo de su conciencia –y con razón- cree que no es lo que deba prevalecer en el mundo, logra que un día notable de 1945, Hitler, Rommel y 350,000 soldados alemanes se movilicen para perseguir un fantasma que sólo ha podido existir de la mano del informante que los engaña con fábulas. El descuido de una zona, el error militar de los nazis a consecuencia del dato deliberadamente erróneo, redactado y suministrado por Pujol, facilita la incursión de los aliados en Normandía y finalmente la derrota política y militar de una de las ideologías y organizaciones más nocivas de la historia. Por fortuna ésta también se ha escrito entre héroes de ficción y sueños republicanos y seres humanos que representan a muchos otros de sus diferentes épocas, y que ocuparon –por azar, por talento- un lugar en que combatieron las singulares formas del poder cuando éste ha vejado la preciada vida humana, porque defender y mejorar la vida ha sido el centro de la batalla de esta clase de individuos.
El tablero de ajedrez recomienza la partida en cuanto alguien mueve una pieza y el juego se reorganiza. Pujol y los personajes de Pujol han sido piezas claves en el siglo XX. Lo que le falta al estratega y poderoso Rommel, tan lleno de frialdad y solemnidad, frente al estratega y ciudadano Pujol, es el don de la imaginación, que entraña las claves de la tolerancia y la inteligencia. Quienes desean imponer su verdad a toda costa tienen la debilidad de no ver más que en un solo sentido. En cambio Pujol ha elucubrado personajes e historias alternas a la oficial, mejores que la oficial. La irrealidad de su visión no le ha venido en contra ni ante el colosal poder de los tiranos. Cuando el rey vio a un solo peón seguramente se jactó, pero el peón ya había imaginado la posibilidad de otra partida, con piezas y jugadas impredecibles donde no sólo sería un peón; además sería el alfil y la reina, el caballo y la torre y el rey. Para fortuna de la humanidad, la estrategia de Pujol venció, en el momento justo, a la aventura demencial de los nazis. 
En los días de invención, leyes y versos, ciudades e historias, edificios y canciones, repúblicas y teorías, todo puede ser creado y recreado. Con información recabada en la biblioteca y los noticieros de Lisboa, Pujol fabrica y envía a Alemania reportes ficticios sobre las operaciones de Gran Bretaña como si estuviera en Gran Bretaña. Juega en el brusco pero inevitable ajedrez de los ejércitos y la política, siempre buscando que su imaginación y su mentira protejan la verdad y la vida. Cree en la democracia, la república y la soberanía. Inventa personajes a los que detalla biografías verosímiles. Portento de literatura, se juega la vida real e imaginaria en un disciplinado y difícil juego de espionaje y contraespionaje.
Le queda bien lo que dijo Borges de Shakespeare: “Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejan­za del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser.”. En 1945, Juan Pujol es 27 hombres imaginarios bajo una causa común: tender una red de información tramposa que desoriente el avance del genocidio y el odio. Como Scharazada, se vale de la fábula para sobrevivir. Posterior al fin de la guerra, previsor de represalias en su contra, Pujol decide morir para el mundo, y finge en Angola que muere de malaria. Como un actor cuyo último personaje (él mismo) debe morir por exigencias de un guion (del que es autor), parece esfumarse en 1949. Sólo es una mudanza más de su máscara y vestuario en el teatro de la vida; en realidad, se fue a vivir a Choroní, Venezuela, donde puso una librería, una tienda de regalos y un cine, donde perdió mucho dinero, se volvió a enamorar y tuvo dos hijos a los que llamó Carlos (Carlos Miguel y Juan Carlos). Muere en 1988 con 74 años, aunque ésa parece otra mutación en el juego incesante.  

Emilio Toledo M.








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