2.2.15

La broma de Milan Kundera



Primavera de Praga

“Lo castigaron por tomarse a broma lo que ellos consideraban sagrado”, en una frase extraída de La broma (1967) se resume uno de los ejes principales de esta novela de Milan Kundera.
La instauración del totalitarismo es también la instauración de la seriedad; es la pérdida del sentido común y el sentido del humor en una sociedad obsesionada con ciertas ideas y dictámenes. El comunismo, el poder sin contrapeso y la censura se impusieron en República Checa y otros países de Europa (entonces conformados en la URSS) durante décadas. Milan Kundera, como muchos otros, lo padeció en carne propia y tuvo que exiliarse en 1975 en Francia.
El hilo conductor que da título a la obra es la tragedia de Ludvik Jahn en Praga. Es 1949. La revolución comunista ha prendido mecha y arribado al poder el año anterior. En un intercambio de cartas, Ludvik bromea a la mujer que quiere ligar escribiendo: “¡El optimismo es el opio del pueblo! El espíritu sano hiede a idiotez. ¡Viva Trotski!”. Trotski, detractor de Stalin, que vino a morir a México asesinado por la policía secreta de la URSS, era nombre prohibido para la ideología imperante. La carta es descubierta por el Partido Comunista de Praga y Ludvik enjuiciado, expulsado, encarcelado en una prisión militar y obligado a hacer trabajos forzados en una mina durante tres años. Una frasecita le condena y cambia la vida.
La historia es relatada a varias voces; voces y miradas de personajes en cuya introspección conviven la crítica y la autocrítica, pues nunca se sabe a ciencia cierta si el mal viene de fuera o la conciencia lo ha admitido: “Me invadió una ola de rabia contra mí mismo, contra la edad que entonces tenía, contra la estúpida edad lírica en la que el hombre es para sí mismo un misterio demasiado grande como para que pueda dedicarse a los misterios que están fuera de él”. La historia expone, a detalle, la hipocresía política y social: “es difícil –escribe Kundera- vivir con gente que estaría dispuesta a mandarte al destierro o a la muerte, es difícil confiar en ellos, es difícil amarlos”. Es el rechazo moral a ciertos valores que parecen ser los valores indiscutibles de la época.
 Un año después de publicar La broma, “la invasión soviética lo trastocó todo”, recuerda Kundera. “La broma fue cubierta de acusaciones injuriosas como resultado de una larga campaña de prensa, fue prohibida –al igual que mis otros libros- y retirada de las bibliotecas públicas”. Tras la censura en República Checa, Louis Aragon ayudó a circularla en Francia. Terminó siendo traducida a doce idiomas. La traducción del checo al español la realizó Fernando de Valenzuela.
En 1985 decía Kundera a The New York Times: “La vida, cuando uno no puede recatarla a los ojos de los demás, es como un infierno. Los que han vivido en regímenes totalitarios lo saben, pero esos sistemas sólo ponen de manifiesto, como una lente de aumento, las tendencias de la sociedad moderna, en general. La devastación de la naturaleza, la declinación del pensamiento y del arte, la burocratización, la despersonalización, la falta de respeto a la vida personal. Sin intimidad, nada es posible… ni el amor, ni la amistad”.
Este fenómeno lo explora Tzvetan Todorov en “El hombre desplazado”: “Frente a la presión del poder, el individuo adopta una estrategia de desdoblamiento. Consiste ésta, esencialmente, en disponer de dos discursos alternativos. El discurso público es el mismo que difunden la televisión, la radio y la prensa, el que se oye en las reuniones políticas. Es el que hay que emplear en todas las circunstancias oficiales. Se usa el discurso privado en casa, entre amigos, o para todo dominio al que no afecte demasiado la ideología, tal como el deporte o la pesca”. Se crea un pensamiento doble que es “como una vacuna que el Partido querría inocular a todos para que la incoherencia del pensamiento esté en armonía con la incoherencia del mundo”. Y continúa: “Al practicar masivamente el desdoblamiento, la mayoría de los sujetos del régimen se sienten en paz, por creer que escapan a él en lo que consideran ser su verdadera vida (el dominio privado). En realidad, al totalitarismo le conviene esta manera que cada uno tiene de consolarse, pues eso le deja las manos libres allí donde lo desee”.


Las milicias comunistas en el Puente de San Carlos, Praga 1948

Otra particularidad del régimen totalitario que explora Todorov –y que sin duda aparece en otras formas del poder- es la ausencia de responsabilidad individual de quienes lo constituyen. Al analizar los juicios a responsables del sistema búlgaro que instauró campos de concentración, encuentra que estos “no se sienten culpables”. Y explica o razona: “Este sistema no surge por azar; es fiel reflejo de la estructura de lo que podríamos denonimar el crimen totalitario (…) una pletórica burocracia encargada de transformar los horrores concretos en insípidos datos estadísticos, y de velar por el cotidiano cumplimiento de las consignas abstractas provenientes de la cumbre del poder”. Es éste el contexto permanente en La broma. Mundo que rodea a un individuo cuya individualidad no reconoce y hace de su ironía el comentario forzosamente serio. Sensación kafkiana: la realidad como una mala broma, un laberinto sin salida ni razón pero justificado por estatutos legales. Relata Ludvik: “…toda la historia de mi vida comenzó con un error, con la estúpida broma de la postal, con aquella casualidad (…) Aquellos errores fueron tan corrientes y tan extendidos que no fueron en absoluto una excepción o un “fallo” dentro del orden de cosas, sino que, por el contrario, eran ellos los que conformaban el orden de cosas”.

Retrato ilustrado de Kharms

Caso aparte, pero ejemplo de lo mismo, es Daniil Kharms, asesinado por el estalinismo en Rusia. Su error fue, precisamente, escribir ironías, cuentos del absurdo de profundo talento pero incomprensibles para el régimen. En 1931 lo encarcelan. Es acusado, entre otras cosas, porque “sus escritos absurdos se oponen a los valores soviéticos del materialismo”. Es liberado pero en 1941 lo vuelven a encarcelar; ahora en una prisión-manicomio. El 2 de febrero de 1942 se reporta su muerte, un homicidio disfrazado.
Un cuento de Kharms, por mínima justicia: “Había un hombre pelirrojo que no tenía ojos ni orejas. Ni siquiera tenía cabello, así es de que eso de que era pelirrojo es un decir. No podía hablar porque no tenía boca. Tampoco tenía nariz. Ni siquiera tenía brazos ni piernas. Tampoco tenía estómago ni espalda ni espina dorsal ni intestinos de ningún tipo. De hecho, no tenía nada. De modo que es muy difícil entender de quién estamos hablando. Tal vez sea mejor no hablar de él.” (Cuaderno azul número 2).
La broma avanza en polifonía, en cruce de ejes: el hombre moderno en contraposición al hombre del campo, representado en La Cabalgata de los Reyes y en Lucie, la herencia de la mitología y los rituales ancestrales y la pérdida de esta memoria que la nostalgia consigna mejor que nadie. “El hombre moderno hace trampas. Trata de pasar de largo por todos los puntos clave y atravesar gratis de la vida a la muerte. El hombre del campo es más honesto. Llega hasta el fondo de cada una de las situaciones básicas”, dice Jaroslav.
A partir de la capítulo cuarto, La broma ejercita prosa sobre música; meditación y análisis sobre la canción popular de Moravia, el mundo eslavo, gitano y griego, la presencia dionisiaca, el tetracordio lidio, frigio y dórico, la complejidad rítmica.
Escrita un año antes del 68, prefigura la ebullición y describe el acercamiento juvenil al ánimo subversivo. “Durante toda la primera estrofa pensamos que sucumbiríamos, que nadie oiría nuestro canto, pero luego se produjo un milagro”.
Cuando se pierde el sentido común posiblemente se haya perdido el sentido de las relaciones humanas en un momento de la historia. La broma impide mirar de lejos lo que de cerca narra, conduce a las fuentes que debieron o deben originar un sentido colectivo e individual auténtico y, de paso, advierte: “Las fuentes no se pueden organizar. Las fuentes surgen o no surgen”.

Emilio Toledo M. 


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