12.2.15

El mago que compró una cámara

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El 28 de diciembre de 1895, en el Salón Indio del Gran Café en el Boulevard de las Capuchinas, París, el mago Georges Méliès habla con Antoine Lumière, padre de Nicolás y Louis Jean, inventores del proyector-cámara llamado cinematógrafo. Antoine le dice: “Usted, que a todos sorprende con sus trucos, va a ver algo que le asombrará”. Es la antesala al nacimiento del cine.

En pocos minutos, desfilan en la pantalla imágenes ininterrumpidas de obreros saliendo de una fábrica, de un bebé al que dan de comer sus padres, de la llegada de un tren a la estación Ciorat que se desliza y desaparece por la parte izquierda de la pantalla. Para los Lumière el invento no es más que “un juguete pasajero” que quieren vender lo más que puedan antes de que pase de moda. Para la intuición del mago es más que eso. Ofrece por el aparato diez mil francos a Antoine, incluso cincuenta mil. Finalmente compra uno similar, el Bioscopio de Robert W. Paul, que mejora, y película virgen de Kodak que hoy ya está en desuso. Georges Méliès sabe no sólo de ilusionismo, también ha trabajado confeccionando máquinas en el negocio de su padre. Méliès reúne dos conocimientos fundamentales del cine: máquina e ilusión. Además pinta; aprendió de Gustave Moureau.
Un día, capturando escenas de la vida cotidiana, se traba el bioscopio durante un minuto. Cuando proyecta la cinta ve que, de un fotograma al que sigue, el ómnibus de la línea Madeleine-Bastille se convierte en un coche fúnebre, los hombres en otros hombres o en mujeres, unas cosas desaparecen o se sustituyen por otras. Para aquella cámara la realidad es alterable. Para Méliès también. Sólo en 1896 filma 78 películas, la mayoría entre uno y seis minutos, algunas de diez hasta minutos. El mago que en su teatro (el teatro que compró a Robert Houdin) utilizaba ya las proyecciones de placas o la linterna mágica del siglo XVII implementa ahora el cinematógrafo y su capacidad de trucaje. 

También desarrolla la exposición doble o múltiple de la película, la dirección de luz natural y artificial, el uso de la proporción, el travelling, el coloreado a mano de los fotogramas (llegó a ocupar más de 200 obreros para esa ardua tarea). Actores, acróbatas, comediantes, maquinistas, decorados, la construcción del primer set de filmación en la historia… todo al servicio de su imaginación. Sus argumentos –fábulas, óperas, recreaciones de hechos como el caso Dreyfus, evocaciones de la mitología grecorromana, cuentos clásicos- son sólo pretextos para ponerse a filmar. Si a lo largo de las 500 películas casi no mueve la cámara es porque todo lo experimenta en ella y delante de ella. Ya llegará Griffith y el montaje, ya llegarán cientos de años.
En 1913 filma su última película, El viaje de la familia Bourrichon. Hasta entonces ha podido ser “original, porque no dependía de nadie” (carta a Carl Vincent, 1937). Su empresa, “La Star Film”, se había dedicado a producir imágenes y venderlas directamente al exhibidor. No había intermediarios. Las reglas de la incipiente industria cambian y pide requisitos que Méliès no puede cumplir. A partir de 1911 comienza a endeudarse. En 1913 concluye sus actividades productivas. Al año siguiente Europa entra en la primera gran guerra del siglo. Méliès se ve obligado a vender sus películas para no caer en la penuria. El celuloide, escaso en tiempo bélico, sirve para hacer peines, cepillos de dientes y tacones. Estremecedor pensar que con “El viaje a la luna” alguien se lavó los dientes, con “El melómano” o “Hidroterapia fantástica” una mujer pudo adornarse y caminar. Las copias de sus obras irán siendo rescatadas durante todo el siglo XX. En 1929, cuando Méliès se dedica a vender juguetes en la estación de Montparnasse (ya enviudó y se volvió a casar con una de sus antiguas actrices), son rescatados ocho filmes y se le brinda un justo homenaje. En 1981 se rescatan 148. En 2009, 4.

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En 2011, Bernardo Bertolucci recibe la Palma de Oro en el festival de Cannes. Entre las declaraciones que da desde su silla de ruedas sorprende la de su admiración por la tecnología tridimensional: “¿Por qué se considera que el 3D es bueno solamente para horror o ciencia ficción o ese tipo de películas? Pensé: ‘si 8 1/2′ de Fellini fuese en 3D, ¿no sería excelente?”.
De manera similar pensó Martin Scorsese para concebir La invención de Hugo Cabret (y seguramente Alfonso Cuarón para Gravity o Alfred Hitchcock en Dial M for Murder desde hace seis décadas). En entrevista difundida por Paramount, James Cameron –creador de Avatar- le elogia: “Tu película es sobre la admiración al cine y la película es también mágica”. Scorsese aclara: “Cuando la imagen se acerca y está en 3D y tienes ese elemento extra, es especial. Cada toma es especial”. Si Bertolucci pensó en Fellini, Scorsese piensa en Orson Welles: “Imagina El ciudadano Kane en 3D. No estoy diciendo que lo hagas”.
  Hugo Cabret es un libro de ilustraciones de Brian Selznick. Se encomendó la tarea de adaptarlo a John Logan, quien antes escribió El aviador. Tanto en la historieta de Selznick como en la película de Scorsese se recurre a fragmentos de películas de Harold Lloyd, Chaplin, Buster Keaton, los hermanos Lumière (si la llegada del tren es una imagen clásica lo es también la del público de los primeros cines que se espanta con la llegada del tren). La fantasía se sustenta en hechos históricos. Los personajes principales son un niño huérfano (Asa Butterfield) que pasa los días detrás de los relojes de la estación de Montparnasse y el extraño vendedor de una tienda de juguetes que resulta ser Georges Méliès (Ben Kingsley). Scorsese mezcla la soledad y travesía del niño como relato de aventura con un homenaje de rigor al primer cineasta de ficción de la historia.

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En 1990 Martin Scorsese fundó la World Cinema Fundation. Sin fines de lucro, con un consejo conformado por cineastas como  Wong Kar-Wai, Wim Wenders o González Iñárritu, se dedica a restaurar y preservar películas o apoyar económicamente a otras asociaciones que también lo hacen. Es un trabajo muy largo y costoso, ya que se tiene que hacer manualmente. Se requieren 75 dólares para limpiar digitalmente 375 fotogramas, lo que equivale a 15.3 segundos; 150 dólares para restaurar 450 fotogramas o 18.75 segundos. Sólo en Estados Unidos el 90% de las películas mudas y la mitad de las sonoras anteriores a los 50 se perdieron.


Redacción Párpado


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